Sobre mi

18 años ayudando a personas como tú

Biografía

Nací en los verdes prados de Cantabria, en un pueblo llamado Villaescusa del Bardal. Fue en el año 1962, cuando el frío polar arrollaba la península Ibérica y un manto de nieve cubría las montañas del norte de España. Aquel año la primavera llegó muy tarde; casi entrado el mes de junio. El deshielo dio paso a las flores, las mariposas y el viento cálido. A lo lejos, el canto del lobo se percibía como un susurro, y el sol tímido, escondido tras las nubes, mostraba sombras y destellos que acariciaban la piel recia de los habitantes de aquel pueblo. Las cigüeñas, que son una insignia de Villaescusa, buscaban ya su asentamiento tras aquel largo y frío invierno. Las cigüeñas de mi tierra son portadoras de ilusión, de sueños, y en este caso, de una nueva vida. La mía.

Yo era uno de aquellos afortunados venidos de la cigüeña. En aquel lugar, entre montañas, bosques y agua, elegí a mi familia.

Qué maravilloso era sentir el tacto, la frescura, y la fragancia de la hierba fresca que tapizaba los campos de mi tierra. Me recuerdo siendo niño, y percibiendo los atributos de una naturaleza virgen y pura; una naturaleza sin adulterar que me enamoraba y desplegaba todos sus encantos con una tremenda fuerza que yo recibía con los brazos abiertos, y con todas las partículas de mi ser.

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Cuando somos niños, nuestro instinto está ávido de percibir, ansioso por conocer y por sentir. Todo lo que se experimenta a edades tempranas, se experimenta desde receptores amplificados que hacen que todo lo que se tope con nosotros se sienta de forma más profunda y potente que cuando nos vamos haciendo adultos. El paso de los años debilita nuestros sentidos; la lucha de la vida los adormece, y sentimos que nunca más volveremos a vivir las cosas como cuando éramos niños.

Me encantaba ir al río, pisar la hierba, subir a los árboles, correr descalzo… Recuerdo subir a los árboles a por fruta, a los manzanos y los perales, y volver a casa con la cara morada después de un lujoso banquete de frutos del bosque.

 

Es curioso que en mi pueblo, los perros domésticos eran lobos. Eran perros maravillosos; bonitos, protectores y entrañables. En cada casa había al menos un lobo, y en algunas ocasiones dos. Por eso yo nunca les tuve miedo. Y cuando los escuchaba por la noche en el monte, sabía que eran mis amigos y me sentía protegido por ellos. Por eso para mí, Félix Rodríguez de la Fuente es una piedra angular, o casi podría decir que es como mi “padrino”.

Mi primo tenía en su casa una jaula con conejos; blancos, negros y grises. Me gustaba cogerlos entre mis brazos y acariciarlos. Un día me enteré de que esos conejos tan bonitos y delicados estaban allí para ser sacrificados, cocinados y engullidos por la gula humana. Nunca más volví a comer conejo. Esa fue una de las razones que me motivó a dejar de comer animales. Convivía con las gallinas, las vacas, los terneros, los caballos, las ovejas, los corderitos, los pollitos, los patos… me encantaban los animales. Sentí que no me los debía comer.

Nunca olvidaré mis primeros recuerdos; memorias asociadas a todo lo que mi tierra tenía para ofrecerme.

Siempre me fascinó el mundo vegetal. De hecho, mi pueblo es rico en plantas autóctonas entre las que destaca la manzanilla amarga, con enormes propiedades para la salud. Encontramos también espino blanco, espino amarillo, árnica, ortiga, trébol rojo, moras, arándanos….

Mis padres me dieron las primeras lecciones de botánica, enseñándome todas las variedades de plantas, flores, frutos y árboles de la comarca.

Mi padre, con 23 años, perdió un brazo en un accidente laboral. A pesar de ser una persona muy trabajadora y diestra manualmente, este accidente limitó en gran medida sus salidas profesionales y sus oportunidades de tener trabajo. Cuando nos mudamos a Madrid, lo hicimos por necesidad. Era un viaje que mis padres consideraron necesario debido a que en la ciudad era mucho más probable encontrar un trabajo, y la estabilidad económica que permitiera el mantenimiento de toda la familia. Cuando llegué a la capital, tuve que estudiar y trabajar para poder forjarme un futuro. Mi primer trabajo fue como vendedor de enciclopedias, cuando tenía 14 años. Posteriormente trabajé vendiendo bolsas de basura a puerta fría, y no terminaba mi jornada hasta que no las vendía todas. Siempre entregaba a mi madre todo lo que ganaba para ayudar en casa, y a la vez, conseguía estudiar en horario nocturno para poder proyectar un futuro mejor. Mis padres eran personas honestas y trabajadoras. Nunca nos sobraron medios económicos, pero gracias al tenaz esfuerzo de mi padre y al trabajo incondicional de mi madre, una familia de 4 hijos fue sacada adelante. Yo soy el mayor de mis hermanos.

Mientras me peleaba con el día a día, veía cómo mi barrio era asaltado por las drogas: hachís, anfetaminas, cocaína, heroína… hasta las amas de casa consumían anfetaminas para adelgazar.

Cuando observaba ese panorama me daba cuenta de que algo no estaba funcionando bien. Ví cómo las drogas destruían el cuerpo y anulaban la mente. Contemplaba ese escenario como si fuera una pantomima; la obra teatral que representa un plan maestro para convertir a los seres humanos en robots controlables y manipulables. Pero lo peor de todo es que no se trataba de ninguna obra de ficción. Lo que estaba viendo, y lo que estaba viviendo, era la cruda realidad.

Nadie que vaya a vivir a una ciudad puede evitar, en mayor o menor grado, adaptarse al estilo de vida urbanita, e ir gradualmente adaptándose a su ritmo frenético, a la calidad de su aire, al estado emocional de sus compañeros ciudadanos. Cuando yo era pequeño, suponía un gran choque viajar a la ciudad cuando eras una persona de campo. Hoy en día, con el factor añadido de un aumento de población, de polución y de radiaciones de dispositivos electrónicos como teléfonos móviles y otras ondas inalámbricas, el impacto es aún mayor y la reducción de la calidad de vida, mucho más dramática.

En Madrid pasé la última parte de mi niñez, mi adolescencia, y casi toda mi edad adulta. Aquí estudié, aquí formé mi familia, aquí eché mis raíces, y aquí, inspirado por la heroicidad de mis padres, me convertí en una persona exitosa en todos los proyectos que emprendí.

Para cubrir el lapso de los 40 años que he pasado en Madrid, y para los efectos de este escrito, que al fin y al cabo quiere hacer énfasis en la vida natural, no creo que tenga sentido escribir una crónica detallada que muestre los acontecimientos cotidianos de mi vida ordinaria. Únicamente nombraré, a modo aleatorio y caótico, los conceptos que se me vienen a la mente cuando pienso en lo que es, y ha sido, mi vida en esta ciudad:

Distancia, coches, estrés, rapidez, polución, ondas, asfalto, ladrillo, oficina, luces, espacios, aridez, soledad, compañía, monotonía, grandilocuencia, diversión, agotamiento, profesionalidad, vida, antinaturalidad, plástico, sonidos, enfermedad, ritmo, opresión, comida rápida, insomnio, químicos, drogas, psiquiatría, medicinas y medios de comunicación.

De todos estos conceptos mencionados arriba, lo único que merece la pena extraer de esos años de vorágine emocional, es que soy el fundador de una exitosa empresa de transportes, y que para mi fortuna, el destino me tenía reservado otro plan; un plan que comenzó a presentar sus señales sin que yo me diese cuenta, para que tomara el camino que he me ha llevado hasta lo que soy ahora.

Después de terminar el servicio militar, en febrero de 1984, cuando tenía 22 años, tuve un accidente de moto. Una inoportuna caída en la que me rompí el hueso escafoides de la muñeca derecha. El doctor me dijo que había que operar. Un amigo mío tuvo que se intervenido por el mismo tema, y después de 2 operaciones no quedó bien. Por ese motivo yo no quería entrar en quirófano.

 

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Un día iba andando por Madrid y me topé por casualidad con un herbolario que, no sé por qué motivo, me llamó la atención. Entré por entrar, y fué allí donde encontré mi solución. La respuesta estuvo en la Cola de caballo que el boticario me recomendó. Algo tan sencillo e increíble como infusiones de cola de caballo, hicieron que me recuperase del traumatismo debido a sus propiedades regenerativas. De hecho, desde entonces no he dejado de practicar deporte y artes marciales. Aprovecho este inciso para decir que los años que he practicado karate han sido un gran aprendizaje para mí. Esta disciplina ha potenciado en mí, valores básicos como el respeto, la justicia y la honradez.

Como aporte activo al plan que la providencia me había trazado, he querido estudiarlo todo acerca de la naturopatía para también ayudar a otros a redescubrir su esencia natural.

Todos, en el fondo, amamos a la naturaleza. Prueba de ello es que nos encanta salir al campo y desconectar de la ciudad en cuanto tenemos oportunidad. Hay un parque en Madrid llamado la “Quinta de los molinos”. Es un parque repleto de almendros, cuya flor, coincidiendo con la culminación del invierno, emerge desplegando su belleza como heraldo de la primavera. Este festival de flores y lluvia de pétalos blancos y rosados, atrae a personas de toda la ciudad, y en esos días de florecimiento simultáneo, la Quinta se llena de caminantes que disfrutan de ese gran y efímero espectáculo. La gente va allí a pasear sobre la hierba, a bailar con los pétalos, o simplemente a pasar el día con amigos y seres queridos. Cuando contemplas la cara de felicidad, la cara de liberación de las personas ante ese sublime paraíso bañado por la luz del atardecer, comprendes cuál es la verdadera esencia de todo ser viviente que pisa el asfalto de la ciudad.

Durante los últimos años he sido una especie de “trotamundos”. He viajado a la India, Jordania, Estados Unidos, Europa, Latinoamérica… he viajado en numerosas ocasiones a Japón, mi país predilecto por atesorar la cultura e ideología más acorde a mis principios y condición de ser. Entretanto, continué mis estudios acerca de las plantas y sus propiedades, y finalmente, me diplomé como naturópata para poder especializarme en la rama que más me interesa. La Naturopatía Alimentaria; rama que llevo ejerciendo de manera estable desde el año 2004; hace ya 15 años.

Siempre pensé que la alimentación era la clave de la salud. Prueba de ello, era que la gente cada vez parecía estar más enferma, en una medida directamente proporcional al empeoramiento de las condiciones alimenticias de la sociedad de hoy en día.

Cuando yo era joven apenas se conocían casos de cáncer o de enfermedades degenerativas como las que tenemos ahora. La razón de esto es que los factores que generan cáncer y degeneración, actualmente son mucho mayores. La gente, además, cada vez consume más medicamentos, y más alimentos industriales repletos de aditivos y pesticidas.

El campo de la salud se ha convertido en una industria de venta de químicos, cuya meta principal, no es ni mucho menos fomentar la salud ni la calidad de vida.

Observando a la población, sus hábitos, y su deficiente estado físico, me di cuenta de que si deseaba mejorar el sistema de salud de mi país, debía comenzar educando a la gente en temas relacionados con la nutrición y los tóxicos. Me gusta transmitir mi conocimiento, y quiero enseñar a las personas lo que yo he aprendido en toda mi trayectoria. Veo que la población está engañada por la industria y los medios de comunicación; y eso es algo que debe resolverse. Tú, lector, mereces saber la verdad.

A todo esto, seguí recibiendo señales del destino que me llevaron a comenzar una nueva línea de investigación acerca de la nutrición humana. La vida me llevó a Estados Unidos; lugar donde, por cierto, descubrí infinidad de claves acerca de mi mundo espiritual.

Estados Unidos es un país de fuertes contrastes. Es grande en todos los sentidos. Todo allí es de una enorme magnitud, incluído el ámbito de la alimentación. La primera vez que viajé Florida, quedé sorprendido por las costumbres alimenticias y el extremismo relacionado con ellas. En USA encontrarás a la gente más obesa del mundo, a la gente más envenenada y que peor se alimenta, y al mismo tiempo, como cara opuesta de la moneda, podrás ver los mayores supermercados orgánicos del mundo, y a la gente más saludable y trabajada físicamente. Es un país de dicotomía. Fue aquí, en Florida, hace casi 30 años, donde comencé a sentirme fascinado por el mundo de los nutrientes y las vitaminas.

Mi investigación nunca ha cesado desde que me reencontré con mi vocación. Después de cursar mis estudios en Naturopatía, continué adentrándome en el mundo de la Aromaterapia, la Nutrición Avanzada, la formulación de complementos alimenticios, Homotoxicología (tóxicos en el organismo), Trofología (alimentación) y especialización en técnicas que actualmente son mis herramientas del día a día: la vitalidad celular, la iridología, y el estudio sanguíneo en microscopio de campo oscuro.

Cuando comencé a estudiar el universo que podemos encontrar en una gota de sangre, quedé fascinado ante tanto elemento interesante, insólito y desconocido. Elementos microscópicos que ni podemos imaginar: células, toxinas, microorganismos, cristales minerales…

Es muy curioso analizar la sangre de una persona vegetariana, comparándola con la sangre de una persona que come mucho alimento de origen animal. El cuadro sanguíneo de una persona vegetariana normalmente es mucho más limpio y saludable.

Nunca me he limitado a dejarme llevar por la opinión de los demás, ni por lo que se considera un hecho en esta sociedad. Siempre he tratado de ser una persona objetiva y justa; siempre he querido descubrir por mí mismo el verdadero por qué de las cosas.

Debo decir que, si bien soy una persona muy emocional y espiritual, mis inquietudes profesionales siempre han sido de carácter científico. Me gusta ofrecer a mi público aquello que puedo observar y comprobar por mí mismo. De este principio se deriva el hecho de que mis prácticas profesionales y aplicaciones técnicas estén basadas en la ciencia comprobada, y no en conocimiento débil, teórico o esotérico.

Mi compromiso es el de ofrecer a las personas una mayor calidad de vida; ya sea a través de mis estudios y métodos, o simplemente a través de mis enseñanzas.

Tengo la sensación de que todos los acontecimientos que han acaecido en mi vida, me han traído a este momento y a esta profesión. Mi vocación es la vida natural. Mi meta es ayudar a las personas.

De todo esto que desde mi corazón te he transmitido, quiero destacar a modo de conclusión, que al igual que mis memorias están asociadas a una vida bucólica, vigorosa y pura, mi esencia como persona siempre ha buscado reunirse de nuevo con esa naturaleza que me ha hecho tan feliz y dichoso, y que con el paso del tiempo también ha demostrado ser el camino para todo bienestar físico y espiritual.

"La salud es lo más importante que tenemos en la vida"

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